miércoles, 2 de marzo de 2016

BLANCA FERRARO-In memoriam

15 de enero de 2011
Juan Alvarez Márquez



BLANCA FERRARO-In memoriam

Maestra de varias generaciones de carolinos, autora de libros como “En la villa de San Carlos a vela y querosene”, Blanca Elvira Ferraro tendría hoy más de 110 años. Cuando 
murió estaba ya al borde de los 100 y la última vez que la vi, fue en un sanatorio, en Montevideo, leyendo, con interés, « La Tempestad » de Shakespeare, en una edición muy 
antigua, de tapas oscuras con filetes dorados, y…. en la versión original inglesa. 

Blanca inició sus estudios de magisterio, en la línea Vareliana y escribió desde joven
poemas, en aquellos cuadernos de papel refinadamente grueso, « art nouveau », de tapas de terciopelo, punteras doradas y un medallón central ovalado con su foto de perfil, como los de su hermana « Monina », cómplice en aquellas pasiones de juventud. Vale destacar en ellas ese carácter, buscando roles diferentes a los que la sociedad las destinaba, dedicando sus horas a sumergirse en un mundo intelectual, en imaginar y concretar proyectos literarios o culturales, publicando la revista « Artigas », junto a Rosa Maurente y creando una obra distante de las preocupaciones cotidianas, todo para enriquecer y valorizar un mundo nuevo y antiguo. 

La curiosidad fue en Blanca Ferraro el elemento que la alejaría de esa dosis de mediocridad que produce la inercia y la inactividad cotidiana. Ni sol ni lluvia ni distancias alejaron a Blanca Ferraro de sus objetivos. En invierno avanzaba, entre adoquines mojados y resbalosos, buscando una casa donde le habían prometido fotos viejas, en verano, de capelina de pajilla fina, recogiendo hierbas u observando casas. Siempre con su bolsa de seda asida a su muñeca, donde guardaba las llaves de ese reino de historia en el que había recogido, sin fatiga, los objetos más dispares, cuya rareza y mezcla solo he visto en las grandes casas de remate. 

Pocos conocen y menos recuerdan que Blanca Ferraro dedicó su vida a instalar en su casa los elementos para crear un museo carolino. Era esa intención la que declaraba al hablar con conocidos en la calle. 
Su casona de la calle Curbelo, donde hoy se la homenajea, tras un jardín denso tenía las puertas del cuartel de Oribe en la Unión, un patio japonés y otro andaluz, rejas portuguesas y españolas de la colonia, azulejos, mosaicos y mayólicas que desalojadas por una demolición se encontraban instaladas con gusto en los bancos del jardín, en zaguanes y ventanas, o en vitrinas las piezas raras. Terracotas, campanas, números y placas de calle en cerámica y estaño, indicando un paseo surrealista, una escalera nombrada calle San Ignacio frente a una ventana sin calle al N° 100, lámparas y faroles coloniales, piedras indígenas, campanas de barco, cuadros, fotos y una breve historia de la moda en percheros clasificados por décadas, a los que daba vida eligiendo su ropa para el día y los accesorios, todo de época, auténtico hasta lo más profundo, todo para soñar …. Vitrolas, discos, radios y aún mejor, su voz contando las anécdotas e historias más secretas de la vida carolina desde el siglo XVIII, pues en los muros de su casa guardaba también los testimonios orales de muchas generaciones. 

La memoria toda, en una casa que permanece, en una persona, que como todas muere. Hoy al menos esa casa debería conservarse tal cual, ser protegida como patrimonio o 
mejor aún, convertirse en « la casa de la memoria carolina », sede de una biblioteca, un archivo, de tertulias de «memoriosos » de exposiciones de fotos, de un centro de estudios. No está hecha « con ladrillos de oro » pero sí con los enormes ladrillos de los hornos aledaños, típicos de la zona. 

ESA CASA ES DIGNA DE ELLO 
Si como dice un poeta español « Vivir la vida de tal suerte, que viva quede en la muerte » y es así que se debe recordar la lucidez de Blanca en recuperar  esa memoria colectiva de la que fue consciente depositaria, creía llegar hasta los 120 años para ver su obra. 

Afirman algunos de sus alumnos que su voz se alzaba, y mucho, hoy diría que quizás la de su voluntad no tanto, como para haber sido oída, su voluntad permanente, pues sus intenciones no tuvieron eco, su entorno sordo volvió su idea enmudecida. 
Hoy su homenaje revive la idea y ojalá permita rescatar de lo perdido lo inextinguible. 

Carlos Seijo, Secundino Perez, José  Rapetti, Eladio A Orce, hombres de ayer y de hoy se 
preocuparon en preservar las huellas de una memoria sobre la que toda identidad se funda, Blanca Ferraro dedicó su vida a ese fin. 

Que se puede todavía rescatar de ello ? 

En base a que modernidad malentendida o ignorancia se pueden traicionar sus esfuerzos ?

Juan Alvarez Márquez

No hay comentarios:

Publicar un comentario